En la caja "Terror Ibérico", los cineastas Eugenio Martín y Carlos Puerto se adentran en el corazón del franquismo.

En España, lo fantástico, alimentado por el peso del catolicismo, generó imágenes desviadas y escenas traumáticas. La editorial Carlotta tuvo la acertada idea de reunir en una caja dos curiosidades terroríficas: Una vela para el diablo (1973), de Eugenio Martín (1925-2023), y Muñeca de sangre ( Escalofrío , 1977), de Carlos Puerto. Estos dos ejemplares son representativos de la corriente de los años sesenta y setenta conocida como "fantaterror", la ola de terror hispánico, una respuesta local al auge del estudio inglés Hammer.
Si bien la Movida madrileña de los años 80 celebró la liberación posfranquista, la revuelta había comenzado antes, al margen del género, cuando los estertores de la dictadura propiciaron una relajación de la censura. Las películas presentadas, que marcan este período de transición democrática, transmiten un mundo imaginario en la encrucijada de lo macabro y lo erótico, que entonces cumplía una función de catarsis, tanto como de suspense.
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Le Monde